sábado, 12 de enero de 2013

Hoy lloré...

Fue de repente. Me invadió una enorme tristeza...
repentinamente se me saltaron las lágrimas y al momento siguiente estaba llorando.
Escuchaba una canción, Alpha, de Vangelis (Albedo 0.39, 1975). Uno de esos temas que me gustan mucho, no solo por mi afición a Vangelis sino también por la serie Cosmos que la usó con profusión.
Cosmos era una serie de 1980 conducida por Carl Sagan y que, al modo de un viaje en una nave espacial, surcaba el universo descubriendo sus maravillas.

Muchos en mi generación quedamos maravillados por la vastedad del universo que se abría ante nuestros ojos. Muchos sueños se forjaron entonces, y elevaron nuestra imaginación hacia lugares distantes, lejanos, imposibles. El cosmos estaba casi al alcance de la mano.

Hubo entonces un tiempo de entusiasmo y de esperanza, de expectativas puestas en las enormes obras que la humanidad llevaría a cabo en la generación siguiente, a lo más tardar en la otra. La prolija ciencia-ficción, la música espacial, las publicaciones de astronomía y astrofísica, las series como Cosmos, hablaban de un ser humano lanzado hacia afuera de su mundo y ampliando sus límites.

Contrasta todo esto con la pequeñez en la que nos hemos quedado. Los grandes sueños cayeron víctima del egoísmo, la codicia y el individualismo. Las promesas de la ciencia no se cumplieron; no porque no fueran posibles sino, en su mayoría, porque no eran rentables.

Me pregunto por el destino, la dirección de la humanidad como conjunto.
Y me invade, sin poderlo evitar, una profunda tristeza.

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