jueves, 19 de noviembre de 2009

Lo recuerdo perfectamente

Ya es otoño. La luz tardía del sol empalidece al atravesar la capa de nubes, tal vez preludio de las primeras gotas de un blando aguacero otoñal. Del mar proviene una brisa fresca que se me agarra en las pantorrillas, expuestas al aire por evitar que se empape la ropa, mientras camino junto al romper del oleaje.

Voy dejando tras de mí las huellas constantes, rítmicas de mi paso sobre la arena: impresiones dejadas en la vastedad de la playa que reproducen fielmente el contorno de mis pies desnudos, así como las vivencias dejan su impronta indeleble en mi memoria reproduciendo el contorno de mi ayer.

Lo recuerdo perfectamente.

Recuerdo el aire cansado, vencido, con que te dirigías a mí. El reproche sordo, no tanto en las palabras como en los gestos; el desinterés por mis ideas, por mis necesidades, por mis proyectos. Como si todo fuera culpa mía. Como si ese horizonte gris y falto de futuro fuera, al fin y al cabo, culpa mía.

El sol se esconde detrás de un cúmulo de nubes especialmente densas, que deja apenas traspasar unas pocas briznas de luz. El paisaje se oscurece y arrecia la brisa, que arranca jirones de espuma de las crestas de las olas. El aire se llena de olor a sal, a humedad, a tormenta, y el ambiente se carga de electricidad.

Recuerdo perfectamente tus palabras, duras, crueles, hirientes palabras que solo tú podías decir, que solo tú dijiste, sin otro propósito que hacerme daño, como siempre hiciste. Sigo recordando tus labios duros y fríos, tu mirada de fuego cargada de odio, culpándome de todo.

Sí, lo recuerdo perfectamente.

Empujadas por el viento, las nubes corren apretujándose unas contra otras, rompiendo la formación. Un rayo de luz se abre paso franco entre ellas tocando el agua, reflejándose en mil espejos cambiantes como escamas de pez dorado.

Recuerdo perfectamente tus palabras, tristes palabras que hablaban de proyectos, de ilusiones, de futuro. De un futuro que quisimos hacer en compañía, que pudo ser y no fue, se truncó, por mi culpa, siempre por mi culpa.

Sigo mi camino por la playa mientras el sol continúa el suyo por el cielo, hasta tocar con su disco el borde del mar. Rayos anaranjados y rojizos se cuelan por el estrecho pasillo entre dos aguas, líquida una, gaseosa la otra, y el paisaje estalla en mil colores, mil reflejos del luminoso camino que se aleja de mí.

Recuerdo perfectamente tus palabras, vibrantes palabras de aquellos días felices, lejanas ya como este sol lejano, ausentes como este paisaje vacío en el que no estás tú. Promesas llenas de euforia y de emoción y que sin embargo no cumpliste, que quizás nunca quisiste cumplir.

Cae la noche. Camino a ciegas junto al agua, guiado tan sólo por el leve sonido de las olas y el escaso brillo de la luna en la espuma del mar. Y me asombra descubrir que a pesar del tiempo transcurrido, sigo recordando perfectamente cada detalle, cada palabra, cada gesto.

Me detengo un momento y miro hacia atrás. Puedo ver mis impresiones más recientes sobre la arena y aunque la oscuridad de la noche me oculte las que están más lejos, se que siguen ahí tal como las dejé, sin que el viento ni el mar hayan alcanzado a alterarlas. Las recuerdo perfectamente.

¿Qué fue exactamente lo que me dijiste? No podría decirlo. Mi memoria no funciona muy bien últimamente.