lunes, 28 de septiembre de 2015

La Farsa

Hace algo más de cuatro años, un grupo de personas decidió manifestarse en la calle reclamando más democracia. Pocos días después, miles y miles de personas fueron concentrándose en la Puerta del Sol en la mayor reunión espontánea que ha conocido la historia de nuestro país. En aquel 15 de Mayo florecieron pancartas con lemas nuevos y desconocidos: "lo llaman democracia y no lo es", "no nos representan", "no hay pan para tanto chorizo"...

Todo aquello se podría resumir en una sola idea: Todo esto es una farsa. La democracia es una farsa, los políticos son farsantes, los líderes sindicales son farsantes. Quien de verdad gobierna es el dinero. Y estamos hartos de tanta farsa.

Durante los meses siguientes, la gente que protagonizó todo aquello trató de dar una respuesta diferente. Salir de la farsa. ¿Cómo se podría lograr? Nadie lo sabía: llevamos demasiado tiempo viviendo en una farsa, sospechando que cualquiera puede ser un farsante, que todos los demás lo son. En un largo proceso fuimos aprendiendo a confiar un poco en los demás, a hacer las cosas entre todos, a tomar las riendas de nuestro destino sin esperar que alguien nos resuelva los problemas. Surgieron las Mareas ciudadanas y un ciclo de manifestaciones masivas continuas como nunca se habían visto; el Poder se vio obligado a usar sus peores armas y quedar en evidencia ("que soy compañero coño") hasta llevar la farsa al grado de esperpento. Pero no fue suficiente.

Poco a poco cundió la idea de que la movilización callejera no iba a bastar para cambiar las cosas: se hacía necesario llegar a las instituciones. De entre la movilización surgió una propuesta: una confluencia ciudadana que aglutinase a todos los impulsores del cambio y que llevase a los ciudadanos hasta las instituciones. Nació Juntos Podemos.

Juntos Podemos, más tarde Podemos, se hizo viral denunciando la farsa de la política. Se eligió portavoz a un militante de base que llevaba ya años denunciando farsantes: una persona de habla tranquila, alejada de la grandilocuencia falsa de los profesionales, capaz de colocar a cada uno en su sitio, y lo bastante humilde para no considerarse más que un portavoz. Con aquellos argumentos, con cinco propuestas elegidas entre todos, y un puñado de euros puestos a escote, aquel partido minúsculo dio la campanada en unas elecciones logrando el 8% de los votos. Siempre fue la denuncia de la farsa y la renuncia a participar de ella lo que creó ilusión, lo que movilizó y entusiasmó, lo que aglutinó a más y más gente alrededor.

Desde entonces, sin embargo, el objetivo cambió. Se entendió que implementar cualquier cambio requiere una victoria electoral, esto se convirtió en objetivo prioritario y, para lograrlo, hubo que entrar a formar parte de la farsa. Podemos se convirtió en una farsa.

Fueron una farsa las elecciones internas con "listas plancha", disfrazadas de democráticas pero que no lo eran tanto. Lo fueron también las primarias, en las que no se habló, ni se votó, sobre los pactos preelectorales que se dieron después. Lo fueron, también, las elecciones municipales, aquellas en las que Podemos ganó alcaldías a pesar de no haberse presentado. Es una farsa cada vez mayor el discurso político, cuyos modos y contenidos resultan cada vez más parecidos a una representación teatral, una puesta en escena dirigida a enardecer a las masas haciendo el menor compromiso posible.

A estas alturas, el impulso inicial de Podemos está prácticamente amortizado, sin solución de continuidad y con expectativa de seguir decayendo. Y las soluciones que se proponen son ... las de seguir en la farsa, tratando de adivinar qué poses, qué temas, qué tópicos atraerán de nuevo el voto.

Estamos hartos de farsantes. Manuela Carmena y Ada Colau recibieron el respando que recibieron por su sinceridad, porque no son farsantes, son personas conocidas por su actividad pública lejos de la farsa. Ellas no quieren integrarse en Podemos, dudan mucho antes de dar su apoyo, porque no quieren tener que desdecirse después.

Podemos sólo podrá resurgir con esta idea en mente: renunciar a la farsa.

Y si no resurge, inventaremos otro.

viernes, 11 de septiembre de 2015

Derecho a decidir

A pocas semanas de las elecciones catalanas, el debate parece centrado en la cuestión nacionalista. El bloque de Junts pel Si propone la independencia de Catalunya, con un proyecto para lograrlo en 18 meses a partir de su (hipotética) mayoría absoluta. En el otro lado, sin conformar un frente definido, los partidos calificados de españolistas (PP, PSC, C's) proponen básicamente mantener el status quo apelando a la legalidad, o en todo caso hacer algunas reformas del modelo actual. El bloque Catalunya Si Que Es Pot trata de buscar su sitio un poco en medio de los otros dos. Y en ese contexto, mucha gente se siente alienada al percibir que el debate se ha centrado en las naciones y no en las personas, como si éstas fueran menos importantes que aquéllas, y tratan de hacer ver que el concepto de "nación" está obsoleto y debería descartarse.

Desde luego, no puede negarse que en el momento actual la "nación" como concepto organizativo se está desarticulando, tanto "por arriba" como "por abajo". Sin embargo esto no significa avanzar hacia un megaestado centralista. Mejor dicho, en los planes del capitalismo financiero sí que se avanza en esa dirección, siempre que ese centralismo se refiera a la dirección de la economía y el capital. En lo social, en cambio, parece evidente que conjuntos de cientos de millones de personas requieren de toda una estructura de ámbitos de distintas dimensiones para organizarse.
 La democracia no solamente consiste en otorgar el poder al pueblo, sino también en repartir competencias en el ámbito adecuado. En ese aspecto, el concepto de "estado-nación" con la mayor parte del poder acaparado en una sola instancia, demuestra ya su edad y poca adaptabilidad. Se hace evidente que algunas competencias han de elevarse a un ámbito regional, supranacional, y otras han de bajar a un ámbito menor como es el federal / autonómico. Se trata de un fenómeno sistémico, como lo demuestra la proliferación de nacionalismos por toda Europa (Reino Unido, Italia, Bélgica, incluso la hipercentralista Francia de la que España copió el modelo).

El trasfondo del debate nacionalista consiste en que la gente está harta de que la mayoría de decisiones que le afectan se tomen "en otra parte". La gente quiere decidir sobre su propia vida, tomar parte en las decisiones que le afectan directamente, empoderarse.

Ahora bien: una cosa es el sentir de la gente y otra cosa son las pretensiones de los políticos. Si se trata de decidir el ámbito de cada competencia, es decir, el reparto de poder, cada político tratará de que su ámbito particular acapare el máximo poder posible, y apelará de continuo al apasionamiento y no al debate racional porque el debate racional no le interesa. De un lado y de otro se trata de apelar a un "sentimiento nacionalista" e identitario (aplicado, según el caso, a Catalunya o a España) continuando el viejo juego de las pasiones.

El problema que tenemos con esto último es que, según se ha comprobado, las pasiones mueven pero las ideas no. La izquierda lleva mucho tiempo apelando a las ideas, al materialismo científico, a "demostraciones" de la superioridad del modelo... con el pobre resultado ya conocido. Las ideas no movilizan. Ha sido un fuerte sentimiento (la "indignación") el que ha producido la movilización que se ha concretado en Podemos. Pero en el debate catalán, Podemos (CSQEP) se encuentra en el medio de un fuego cruzado de dos emociones que cuentan con mucho arraigo y que, a pesar de su desgaste, siguen teniendo mucha fuerza.

¿En qué punto tratará entonces de situarse Podemos? Sería un grueso error tratar de apelar al debate, a las ideas, a la lógica para conquistar su espacio. Insisto: las ideas no movilizan. Las ideas han de exponerse, con claridad y eficacia, pero también ha de apelarse a ideas-fuerza con contenido emocional.

En mi opinión, la mejor línea que Podemos puede seguir es aquella que le dio origen: la indignación. Buscar, profundizar qué es exactamente lo que provoca la indignación (de los catalanes en este caso) y hacer de ello su discurso con propuestas de superación. Quiero decir: no basta con señalar a los corruptos, hay que proponer formas de evitar la corrupción. No basta con el derecho a decidir, hay que exponer qué implicaría cada decisión. La gran baza de Podemos es presentarse como el partido de la democracia, el partido en el que democracia significa que nadie te puede quitar el derecho a decidir.