lunes, 18 de febrero de 2019

Respuesta global


Más o menos coincidiendo con el cambio de siglo, en América Latina fue tomando forma un movimiento de respuesta al neoliberalismo imperante, impuesto bien a través de dictaduras o bien de regímenes democráticos en lo formal pero autoritarios en la práctica. Lula en Brasil, Chávez en Venezuela, Morales en Bolivia, Correa en Ecuador fueron algunos de los rostros del nuevo discurso.

La izquierda europea andaba por entonces empantanada ante el avance neoliberal, con un discurso reducido a la defensa de los derechos de los trabajadores y una retórica de lucha de clases percibida en general como trasnochada y carente de efectividad. En este contexto, el movimiento latinoamericano suponía una cierta renovación con sus reclamos de justicia social y resistencia al capitalismo global, en una línea más similar a la socialdemocracia escandinava que al comunismo cubano.

El movimiento fue masivamente participado por la población y marcó la agenda del subcontinente. Varios de sus partidos llegaron al poder y pusieron en práctica (no sin dificultad) sus propuestas, con buenos resultados en general. Los índices de pobreza y desigualdad se redujeron, la cobertura social se amplió, el poder omnímodo de las multinacionales encontró oposición efectiva. Los recursos naturales (petróleo y gas natural) fueron total o parcialmente nacionalizados y su explotación se empleó para sufragar políticas sociales.

Alejándose del tradicional eje discursivo de la lucha de clases, el movimiento encontró apoyo en el nacional-populismo. Cabe recordar que las naciones latinoamericanas se formaron en el contexto de su independencia de la metrópoli y por tanto el concepto de nación tiene un fuerte componente revolucionario, a diferencia de las naciones europeas que se formaron como yuxtaposiciones de culturas dentro de distintos proyectos imperialistas.

Cuando, una década más tarde, la izquierda europea se topó de bruces con fenómenos sociales que ni previó ni entendía realmente (como el 15M o la primavera árabe), una parte trató de modernizarse importando el discurso latinoamericano (otra parte, en cambio, siguió y sigue fiel a su visión del mundo de una época anterior a la robótica). Entre otras cosas importó el eje de discurso nacional-popular, buscando un nuevo "significante" con el que aglutinar fuerzas y, sobre todo, votos. Syriza, Podemos, France Insoumise, incluso el laborismo de Jeremy Corbyn han tratado de surfear la ola nacional-popular.


Y en estos días se va haciendo patente que el modelo no era exportable; en primer lugar porque en Europa el nacional-populismo es de tradición imperialista (y ya fue usado como tal por la ultraderecha en la primera mitad de siglo XX); y en segundo lugar porque el problema que enfrenta es de escala global y las respuestas a escala nacional no tienen recorrido.

El capitalismo hace tiempo que garantizó su propia movilidad y efectividad de poder a escala global, pero la izquierda sigue planteando soluciones de país, de nación, y alza las manos impotente cuando constata que los poderes fácticos están fuera de su alcance. Culpando a la gente, por añadidura, de su propio fracaso.

El neoliberalismo es una propuesta global, totalizadora, y por ello requiere una respuesta a idéntica escala.

Respuesta que se va conformando poco a poco. Las respuestas de alcance global están ahí, dispersas aún pero confluyendo poco a poco: ecología y cambio climático, feminismo, desigualdad e inmigración, derechos humanos, renta básica universal.


En la medida en que los partidos "de izquierda" se acerquen a este discurso, reconociéndose como parte de él y no como sus detentatarios; en la medida en que sean capaces de proyectar una imagen, un plan global del que todas las fuerzas de progreso formen parte; en la medida en que logren eso, serán capaces de canalizar y acompañar la verdadera revolución.