miércoles, 30 de octubre de 2013

Europeas

IU y Equo están de conversaciones, piano piano, para presentar una lista conjunta a las próximas elecciones europeas. Unas conversaciones en las que el primer escollo es el modo en que ambas formaciones eligen candidatos.

Mucha gente parece ver en estas diferencias el rastro del personalismo, de luchas por el poder, de desunión. No tiene por qué ser así.

La derecha funciona por jerarquías. Su aparente unidad se debe a que "los trapos sucios se lavan en casa", pero por debajo las luchas de poder son continuas. Es lo que representan: la ley del más fuerte, el gobierno del más poderoso. Se ha visto en el caso de la "lideresa", de Cascos, de Aznar que no termina de irse, de tantos otros. Por no hablar del creciente desencuentro entre Mas y Durán i Lleida.

La izquierda no puede funcionar igual. En nombre de la unidad se han cometido muchas tropelías hasta que todo el mundo ha entendido de qué palo es el PSOE, y de qué palo ha sido el PCE (y lo que le queda). El camino tiene que ser el del consenso, el de buscar lo que nos une, enfatizar en lo importante. Pero todo eso aún está por descubrir. Ni sabemos qué es lo que nos une, ni estamos de acuerdo en qué es lo importante. Unirse "contra el enemigo común" no es el camino porque eso hace que lo importante sea... el adversario.

Es preciso afianzar la confianza en que ninguno va a utilizar al otro o a pasar por encima a la primera ocasión. Esto es difícil porque toda la educación recibida impulsa a lo contrario, a aprovechar la ocasión de medrar a costa de los demás, a preocuparnos solo de nosotros mismos y rechazar de plano cualquier doctrina del apoyo mutuo. Menuda paradoja, cada uno soñando con un mundo más compañero pero permitiendo que la desconfianza lo impida.

La lucha se presenta dura y la desconfianza será una cuña en manos de los que no quieren que nada cambie. Llegar a esa confianza requiere hablar mucho y hacer mucho juntos. Quiero creer que eso es lo que están haciendo; si no es así, tampoco es grave. Otros lo harán.

martes, 17 de septiembre de 2013

¿Bendición o maldición? Los intrincados caminos de la ciencia

Acabo de aprender una nueva palabra: clatrato. Nunca la había oido hasta ahora; sin embargo es posible que se convierta, como coltán, en una de esas palabras que saltan de la ciencia al conocimiento popular. Sin que quede claro, en ambos casos, si el "salto a la fama" ha sido para bien o para mal.

El coltán es un mineral compuesto de columbita y tantalita y su interés radica en su contenido en el elemento Tantalio, empleado en la fabricación de los condensadores electrolíticos de tantalio, muy apreciados en la electrónica moderna por sus altas prestaciones a pequeño tamaño. Se calcula que el 80% de las reservas mundiales de coltán se encuentran en la República del Congo; pero este hecho no ha resultado ser una bendición para el país sino todo lo contrario: desde 1998 hay una guerra más o menos generalizada, financiada por quienes expolian el mineral en medio del caos y lo revenden a los fabricantes.

El caso de los clatratos resulta algo más elaborado. Un clatrato en realidad no es una sustancia concreta sino una configuración, en la que moléculas de un tipo quedan atrapadas en una red formada por moléculas de otro tipo. Se conocen sustancias de este tipo desde hace unos cien años.

Un clatrato particular es el hidrato de metano. Esta sustancia está compuesta por metano molecular insertado en una red de hielo de agua. El hidrato de metano es conocido de hace unas décadas por estorbar instalaciones de tuberías de conducción en lugares fríos, ya que el metano (altamente inflamable) tiende a liberarse del hielo al superarse los -15ºC. Las obras sobre el hielo de la tundra fácilmente provocan que el hielo superficial supere estas temperaturas.

El repentino interés suscitado por esta sustancia tan particular se debe al descubrimiento de su amplia disponibilidad. Lejos de ser escaso, el hidrato de metano se encuentra presente en la mayor parte de los depósitos de hielo del planeta, y en los fondos de varias plataformas oceánicas (entre 200 y 400 metros de profundidad). Se han estimado unas reservas potenciales de metano atrapadas en el hielo suficientes para cubrir las necesidades energéticas del planeta (al ritmo actual) durante cien años.

El impacto económico de estos yacimientos puede ser bastante notable ya que podría resquebrajar la dictadura de los dueños del petróleo. Economías tan energéticamente dependientes como la japonesa o la india (se han encontrado yacimientos submarinos cerca de sus costas) podrían plantar cara a los dictados del petrodólar si dispusieran de una enorme fuente de energía alternativa lista para usar. Seguramente la ruptura de la doctrina de la escasez supondría una sustancial rebaja de precios.

La parte negativa del asunto viene representada por el impacto ecológico que tendría esta nueva fuente energética. El metano suele considerarse un gas limpio porque los subproductos de su combustión (tan solo agua y CO2) no son especialmente nocivos; sin embargo el CO2 es un conocido gas de efecto invernadero y probablemente el uso del metano incrementaría su producción. Para las políticas de reducción de emisiones, el descubrimiento de todo este metano no es una buena noticia.

Aún peor es el hecho de que el propio metano es un gas de efecto invernadero, con un potencial incluso mayor que el CO2. Aparte de los escapes de gas que se produjeran durante su extracción, el aumento de temperatura global causará también un aumento de temperatura del hielo, provocando mayor liberación del metano retenido a la atmósfera, lo que a su vez retroalimentará el aumento de temperatura global. El efecto puede ser tan acusado que incluso se está revisando el papel que el hidrato de metano pudo haber desempeñado en episodios de cambio climático brusco en el pasado (por ejemplo en las glaciaciones).

A pesar de las lógicas reticencias a su uso, el interés económico es tan grande que la investigación de los métodos de extracción ya está en marcha, hasta el punto de que la explotación de algunos yacimientos podría comenzar tan pronto como 2014 o 2015. Las propuestas de extracción que se han barajado hasta el momento, siguiendo la lógica de explotación del capitalismo, añaden perversión a la maldad por su potencial destrucción directa de los hábitats en los que la sustancia se encuentra. Así, se ha propuesto añadir agua caliente al hielo para aumentar su temperatura, o removerlo con batidoras gigantes para romper las estructuras cristalinas y que el gas se libere. Es una suerte que tales "soluciones" requieran de hecho más energía que la que podría extraerse del gas obtenido.

Y de repente, en medio de tanto despropósito, aparece una propuesta sorprendentemente esperanzadora: reemplazar el metano por CO2. En lugar de simplemente vaciar el hielo del metano que contiene, se trataría de inyectar CO2 de tal modo que sus moléculas sustituyeran a las de metano en la red cristalina. Así se lograría, a un tiempo, extraer el metano a bajo coste mientras se reduce el impacto ambiental y se cancela la deuda de carbono potencial. El método ya se ha probado con éxito en condiciones de laboratorio, y se está preparando un experimento a mayor escala en el hielo de Alaska.

¿Bendición o maldición? A veces, los caminos del progreso humano son intrincados.

jueves, 12 de septiembre de 2013

La Trampa

La gran trampa del Poder consiste en hacernos creer, a cada uno de nosotros, que somos individuos aislados, que nuestra individualidad es nuestro bien más preciado y que cualquier forma de organización implica una pérdida de esa individualidad.

Mientras tanto, el Poder se organiza en complejas estructuras que se apoyan y reafirman mutuamente, dando una imagen de solidez, consistencia y perdurabilidad.

Para completar la ilusión, se hace creer al ciudadano medio que, si se porta bien, tal vez pueda tener acceso a algún privilegio y tener una vida comparativamente mejor que la de sus vecinos o compañeros, pasando éstos a convertirse en sus competidores.

Así, una y otra vez cada uno intenta salvar su propio trasero, compitiendo por unos recursos artificialmente escasos contra aquellos que están en la misma situación que él, siempre sospechando de ellos que están tan dispuestos como uno mismo a traicionar al compañero en aras del propio beneficio. Esa es la sospecha que el Poder se encarga de alimentar continuamente, haciendo creer que la codicia y el egoísmo son condición insoslayable y "natural" del ser humano.

Como tan ácidamente señaló Orwell, el verdadero soporte del sistema es la creencia en que algunas personas son "más iguales" que otras. Cuando uno se considera de alguna manera "más importante" que su vecino, su compañero o su pareja, no hace otra cosa que ayudar a que perdure su propia situación de sometimiento.

¿Quieres sinceramente que esto cambie? Esta es mi recomendación: empieza por ti mismo. Echa un vistazo a tu alrededor. Observa a las personas que te rodean y procura ver, más allá del rol asignado, del competidor, del contrario. Atiende a lo que tienes en común con el otro y que sea eso el núcleo de tu relación con él.

Esta es la reflexión que te dejo: ¿qué vida quieres vivir? ¿la de aquel que, sospechando de todo y de todos, víctima del miedo a ser traicionado queda inmovilizado en su rincón hasta que la muerte le alcance? ¿o la de ese otro que, aún con su inseguridad, sale al mundo a pecho descubierto y sufre a veces la decepción, pero aún así avanza?

martes, 13 de agosto de 2013

Centro de gravedad

En los últimos días voy descubriéndome en una sensibilidad algo diferente hacia las personas, en cierto modo más tolerante o "aceptante" (como mas dado a aceptar las peculiaridades de los demás).

No estoy seguro del sentido que tiene este cambio ya que a ratos la sensación es como si me "diera igual la gente y sus rarezas". Pero por otro lado me resulta inhabitual ya que normalmente estoy juzgando y valorando lo que la gente hace, y la "desconexión" consiste más bien en dejar de mirar más que en dejar de juzgar.

No, es más bien como reconocer el derecho de cada uno a ser como es, a transitar por la vida como le salga, a cambiar o no cambiar cuando quiera sin tener que ajustarse a ningún "hacerlo bien".

Reencuentro ahí el gusto por mirar a la gente con curiosidad a ver cómo es, y por simple contraste descubro que llevo mucho tiempo "ensimismado". Y entiendo que no es lo mismo estar centrado que estar ensimismado.

El centro de gravedad no tiene que ver con sentarse en el medio de "la verdad" ni en afirmarse en las propias posturas. Tiene que ves con mirar y mirarse desde dentro y no desde fuera. No es más que un punto de vista; los miedos e imseguridades no desaparecen mágicamente. Tan solo pierden carga.

viernes, 9 de agosto de 2013

Ternura

¿Por qué nos empeñamos en maltratarnos continuamente?
Es todo tan triste...

Quiera llegar el día en que yo, y todos, seamos capaces de mirar incluso al extraño, incluso al desconocido, incluso al oponente... con ternura.

martes, 18 de junio de 2013

Sacrificarse no es sabio

Parece haber una especie de norma no escrita, un supuesto tácito que todos comprenden aunque no se diga, aunque esté en todas partes. La idea en cuestión es esta:

"El sacrificio merece recompensa"

Resuena, ¿verdad? Con variaciones, esa frase la hemos escuchado miles de veces. Parece razonable y justo. Pero ahora cambiemos algunas palabras por otros sinónimos:

"La autoinmolación tiene premio"

Ahora ya suena un poco más ominoso. Pero aún se puede jugar un poco más con las palabras y obtener la conclusión lógica que encierran las dos frases anteriores:

"Maltratarse es bueno"

Puede parecer que estoy estirando un poco los términos; que en realidad, cuando se habla de sacrificio se está hablando de esfuerzo, y que la recompensa viene dada por el propio esfuerzo y lo que ello significa de superación personal.

Nada de eso. Cuando alguien dice "pues yo trabajo 15 horas al día por una miseria", está explicando que se está maltratando a si mismo y que no lo hace por ningún espíritu de superación, sino a mayor beneficio de su empleador.

Cuando se habla de los años invertidos en el estudio de una carrera, nuevamente se expone el sacrificio realizado, como aval que justifica un salario más alto.

Me detengo un momento en esa palabra, sacrificio. Desde mi niñez, cuando leía alguna adaptación de la Biblia, esta palabra me hace evocar una imagen, con un cordero (sin desollar) puesto sobre un altar, quemándose hasta que se consume del todo. En tales épocas, las personas sacrificaban bienes preciados (corderos, hijos) en los altares de sus dioses, esperando su favor.

Hoy en día, seguimos sacrificando nuestros bienes preciados (incluyendo tiempo y energía) en los altares de nuestros dioses. Tal vez ellos, en su magnanimidad, nos concedan la Gracia del Puesto de Trabajo. Aunque sean 15 horas al día por una miseria.

No, señores, sacrificarse no es sabio. Sacrificarse es estúpido, como es estúpido pensar que si te cortas un brazo a mordiscos te mereces un kilo de oro. Sacrificarse es egoísta, porque el sacrificio siempre se hace a cambio de algo que se supone de mayor valor que lo sacrificado, y si no se logra ese algo se anota escrupulosamente la deuda que el mundo tiene con uno mismo. Y se repite a todo el que lo quiera escuchar, durante años, como si uno no tuviera más objetivo en la vida que cobrarse esa deuda.

Hay miles de expresiones que expresan esta idea, de un modo u otro. "Se lo merece" es la más frecuente y la menos visible: casi siempre se utiliza para reivindicar un sacrificio. Para reivindicar la estupidez.

martes, 16 de abril de 2013

Soltar

Soltar.
Soltar.
Soltar.
Y nada más.

sábado, 12 de enero de 2013

Hoy lloré...

Fue de repente. Me invadió una enorme tristeza...
repentinamente se me saltaron las lágrimas y al momento siguiente estaba llorando.
Escuchaba una canción, Alpha, de Vangelis (Albedo 0.39, 1975). Uno de esos temas que me gustan mucho, no solo por mi afición a Vangelis sino también por la serie Cosmos que la usó con profusión.
Cosmos era una serie de 1980 conducida por Carl Sagan y que, al modo de un viaje en una nave espacial, surcaba el universo descubriendo sus maravillas.

Muchos en mi generación quedamos maravillados por la vastedad del universo que se abría ante nuestros ojos. Muchos sueños se forjaron entonces, y elevaron nuestra imaginación hacia lugares distantes, lejanos, imposibles. El cosmos estaba casi al alcance de la mano.

Hubo entonces un tiempo de entusiasmo y de esperanza, de expectativas puestas en las enormes obras que la humanidad llevaría a cabo en la generación siguiente, a lo más tardar en la otra. La prolija ciencia-ficción, la música espacial, las publicaciones de astronomía y astrofísica, las series como Cosmos, hablaban de un ser humano lanzado hacia afuera de su mundo y ampliando sus límites.

Contrasta todo esto con la pequeñez en la que nos hemos quedado. Los grandes sueños cayeron víctima del egoísmo, la codicia y el individualismo. Las promesas de la ciencia no se cumplieron; no porque no fueran posibles sino, en su mayoría, porque no eran rentables.

Me pregunto por el destino, la dirección de la humanidad como conjunto.
Y me invade, sin poderlo evitar, una profunda tristeza.

martes, 8 de enero de 2013

Amibolismo

El "amibolismo" es una forma de mirar el mundo, una actitud total en la que los deseos y apetencias propios toman rango de necesidad, mientras que las necesidades de los demás se ven (si es que se ven) como caprichos irrelevantes y, a menudo, molestos.

Desde esta perspectiva del mundo, las relaciones con los demás toman un marcado carácter funcional y utilitarista; es decir, lo que importa no es lo que la otra persona es, sino lo que aporta: su función, su utilidad. Así, lo que se hace por el otro es visto como una concesión, algo necesario para sostener la relación para que siga siendo útil, pero al mismo tiempo se repite con frecuencia la pregunta "qué me aporta esta relación" (o qué me puede aportar), en la que implícitamente se coteja lo que se "aporta" en forma de concesiones, con lo que se obtiene. Cuando las concesiones superan las expectativas, la relación se diluye en un fade out, ampliando la distancia sin mayores sobresaltos.

El "amibolista", esa persona que va a su bola, se relaciona con cajeras, conductores, jefes o empleados, padres, amigos o pareja, y cada uno de ellos tiene su función: la cajera franquea el paso, el conductor traslada, el jefe valora, el empleado desempeña, la madre hace de comer, el amigo divierte, la pareja se hace cargo. A cambio, a la cajera se le da dinero, al conductor conversación, al jefe se le escucha, al empleado se le paga, a la madre se la va a visitar, al amigo se le acompaña y a la pareja se le deja su espacio.

Como su relación con el mundo se mueve generalmente por el cálculo y el utilitarismo, el amibolista suele pasar la mayor parte de su tiempo mental en un mundo interno cerrado y poco permeable, en el que impera el criterio propio y los puntos de vista de los demás son vividos como peligrosas intromisiones.

El rasgo principal de sus relaciones es el desapego.

¿No será este rasgo, en realidad, una muestra del desapego que el amibolista tiene hacia si mismo? ¿un enorme colchón de indiferencia con el que el sujeto se toma su propia vida para no tener que afrontar el hecho de que ésta no se dirige a ninguna parte?

A ver si cae algo de queso

Ni una sola entrada en todo 2012. No me parece una muestra positiva de mis andanzas de escribiente. Es algo a cambiar en el nuevo año.

Comienzo el año con una andanada en toda la línea de flotación: según parece, Islandia no es exactamente como nos están contando. También allí la política no es más que la tramoya de los banqueros, un teatro de máscaras sonrientes que dicen una cosa mientras ejecutan exactamente la opuesta. También allí se "rescata" a los bancos y se condena a las personas.

El despertar está siendo largo, demasiado largo para mi gusto. Ya quedó atrás aquella inocencia (o ingenuidad) que nos hacía ver a los políticos como personas realmente preocupadas por la correcta gestión de lo público, siquiera fuese de un modo oblicuo o colateral. Atrás va quedando también el mito capitalista, en cuya base está esa curiosa idea de que la competencia de egoísmos deviene en mejora del interés común (tan sólo los más recalcitrantes, o los más egoístas, pueden seguir creyendo esa patraña).

Se va generalizando la idea de que nada se va a cambiar a través de protestas, huelgas o manifestaciones. Ningún grito es lo bastante potente como para que lo escuche un sordo. Los políticos no están interesados en representar a sus electores, sino que más bien pretenden ejercer de conductores, de líderes de la masa. No escuchan lo que dicen los votantes sino que son ellos quienes dicen a los votantes cómo deben pensar, sentir y actuar. La política ha quedado reducida a una batalla de audiencias, donde cada partido político no es más que una cadena de TV pretendiendo aumentar su cuota de pantalla y que no emite más que publicidad a todas horas.


Lo que me desespera no es que se siga protestando: eso es algo imprescindible dentro del proceso. Lo que me desespera es que, al modo de ¿quién se ha llevado mi queso? siga habiendo una enorme cantidad de gente que está en las últimas, sin trabajo, sin dinero, sin apoyo institucional, sobreviviendo de la ayuda, y aún así siga esperando contra toda evidencia que las cosas vuelvan atrás y que de alguna manera mágica todo se arregle.

Las cosas no se van a "arreglar", porque quienes las han llevado a este punto no consideran que estén "estropeadas". La "crisis" es un paso más dentro de un proceso, cuya dirección manifiesta es apropiarse de todo el país e imponer en él la organización jerárquica propia de la empresa privada. Los alcaldes serán nuestros jefes inmediatos, las Cortes cumplirán con el papel del comité de empresa y el gobierno se convertirá en consejo de dirección ejecutivo, exento de cualquier ideología que no sea obtener el máximo beneficio para el accioniado. El cual, por cierto, está compuesto exclusivamente por quienes tienen dinero.


Todo esto se hace cada día más obvio y sin embargo.... sin embargo muchos, muchísimos siguen esperando que vuelva a aparecer el queso.