Acabo de aprender una nueva palabra:
clatrato. Nunca la había oido hasta ahora; sin embargo es posible que se convierta, como
coltán,
en una de esas palabras que saltan de la ciencia al conocimiento
popular. Sin que quede claro, en ambos casos, si el "salto a la fama" ha
sido para bien o para mal.
El coltán es un mineral compuesto de
columbita y
tantalita y su interés radica en su contenido en el elemento
Tantalio, empleado en la fabricación de los
condensadores electrolíticos de tantalio,
muy apreciados en la electrónica moderna por sus altas prestaciones a
pequeño tamaño. Se calcula que el 80% de las reservas mundiales de
coltán se encuentran en la República del Congo; pero este hecho no ha
resultado ser una bendición para el país sino todo lo contrario: desde
1998 hay una guerra más o menos generalizada, financiada por quienes
expolian el mineral en medio del caos y lo revenden a los fabricantes.
El
caso de los clatratos resulta algo más elaborado. Un clatrato en
realidad no es una sustancia concreta sino una configuración, en la que
moléculas de un tipo quedan atrapadas en una red formada por moléculas
de otro tipo. Se conocen sustancias de este tipo desde hace unos cien
años.
Un clatrato particular es el
hidrato de metano.
Esta sustancia está compuesta por metano molecular insertado en una red
de hielo de agua. El hidrato de metano es conocido de hace unas décadas
por estorbar instalaciones de tuberías de conducción en lugares fríos,
ya que el metano (altamente inflamable) tiende a liberarse del hielo al
superarse los -15ºC. Las obras sobre el hielo de la tundra fácilmente
provocan que el hielo superficial supere estas temperaturas.
El
repentino interés suscitado por esta sustancia tan particular se debe
al descubrimiento de su amplia disponibilidad. Lejos de ser escaso, el
hidrato de metano se encuentra presente en la mayor parte de los
depósitos de hielo del planeta, y en los fondos de varias plataformas
oceánicas (entre 200 y 400 metros de profundidad). Se han estimado unas
reservas potenciales de metano atrapadas en el hielo suficientes para
cubrir las necesidades energéticas del planeta (al ritmo actual) durante
cien años.
El impacto económico de estos yacimientos
puede ser bastante notable ya que podría resquebrajar la dictadura de
los dueños del petróleo. Economías tan energéticamente dependientes como
la japonesa o la india (se han encontrado yacimientos submarinos cerca
de sus costas) podrían plantar cara a los dictados del petrodólar si
dispusieran de una enorme fuente de energía alternativa lista para usar. Seguramente la ruptura de la doctrina de la escasez supondría una sustancial rebaja de precios.
La
parte negativa del asunto viene representada por el impacto ecológico
que tendría esta nueva fuente energética. El metano suele considerarse
un
gas limpio porque los subproductos de su combustión (tan solo
agua y CO2) no son especialmente nocivos; sin embargo el CO2 es un
conocido gas de efecto invernadero y probablemente el uso del metano
incrementaría su producción. Para las políticas de reducción de emisiones, el descubrimiento de todo este metano no es una buena noticia.
Aún
peor es el hecho de que el propio metano es un gas de efecto
invernadero, con un potencial incluso mayor que el CO2. Aparte de los
escapes de gas que se produjeran durante su extracción, el aumento de
temperatura global causará también un aumento de temperatura del hielo,
provocando mayor liberación del metano retenido a la atmósfera, lo que a
su vez retroalimentará el aumento de temperatura global. El efecto
puede ser tan acusado que incluso se está revisando el papel que el
hidrato de metano pudo haber desempeñado en episodios de cambio
climático brusco en el pasado (por ejemplo en las glaciaciones).
A
pesar de las lógicas reticencias a su uso, el interés económico es tan
grande que la investigación de los métodos de extracción ya está en
marcha, hasta el punto de que la explotación de algunos yacimientos
podría comenzar tan pronto como 2014 o 2015. Las propuestas de extracción que se han barajado hasta el momento, siguiendo la lógica de explotación del capitalismo,
añaden perversión a la maldad por su potencial destrucción directa de
los hábitats en los que la sustancia se encuentra. Así, se ha propuesto
añadir agua caliente al hielo para aumentar su temperatura, o
removerlo con batidoras gigantes
para romper las estructuras cristalinas y que el gas se libere. Es una
suerte que tales "soluciones" requieran de hecho más energía que la que
podría extraerse del gas obtenido.
Y de
repente, en medio de tanto despropósito, aparece una propuesta
sorprendentemente esperanzadora: reemplazar el metano por CO2. En lugar
de simplemente vaciar el hielo del metano que contiene, se trataría de
inyectar CO2 de tal modo que sus moléculas sustituyeran a las de metano
en la red cristalina. Así se lograría, a un tiempo, extraer el metano a
bajo coste mientras se reduce el impacto ambiental y se cancela la
deuda de carbono
potencial. El método ya se ha probado con éxito en condiciones de
laboratorio, y se está preparando un experimento a mayor escala en el
hielo de Alaska.
¿Bendición o maldición? A veces, los caminos del progreso humano son intrincados.