viernes, 19 de junio de 2009

Egoísmo

La nuestra es la época del egoísmo.

En otro tiempo, ya fuera por la moral, la religión, la ética, las buenas costumbres o la moralina, el egoísmo no estaba bien visto. Eso hace tiempo que cambió.

Con el descreimiento de todo lo anterior (a lo cual tampoco tengo nada que objetar, por otro lado), cada cual ha creído conveniente dedicarse principalmente a si mismo. Cada uno de nosotros, vivimos nuestra vida ocupados primordialmente en nuestras propias necesidades y deseos. Y esto es lo que mucha gente considera lo normal.

Ahora bien, si para un egoísta su comportamiento es lo normal, está dando a entender que la gente que le rodea también es egoísta. Cosa que, de todos modos, acaba siendo cierta, pues el egoísmo no es una actitud fácil de tolerar para alguien que no lo es. Tarde o temprano el egoísta acaba echando de su lado a quienes no lo son.

¿Y qué clase de apoyo, de aliento, de entendimiento puede haber con otros egoístas? Si cada uno se ocupa sólo de si mismo, cualquier tipo de acuerdo será temporal, mantenido únicamente mientras sea mayor el beneficio de continuar el acuerdo, que el beneficio de romperlo o traicionarlo. Ninguna acción altruista puede esperarse en la jungla urbana que constituye el mundo de relación del egoísta.

He aquí una curiosa paradoja: un egoísta es alguien que reclama mucho del mundo, pero obtiene poco de él. Por ello, un egoísta acaba siendo una persona solitaria, alterable, nerviosa, desconfiada y, en consecuencia, profundamente infeliz. Ocupa su tiempo en conseguir cosas (sean objetos, afectos o atención) pero no es capaz de disfrutarlas.

Donde el egoísmo resulta realmente demoledor es en el ámbito de la pareja. Allí donde más sólida tiene que ser la confianza, donde más necesario se hace sentir el apoyo incondicional del otro, donde se espera encontrar el lugar de sosiego diario sin fingimientos ni dobleces; justamente allí, el egoísmo lo convierte todo en estafa y traición, en frío cálculo de dares y recibires, en sonrisas falsas de situaciones mal sufridas, en reproches y amibolismo. El egoísmo destruye completamente la pareja y la transforma en simple conveniencia, porque la verdadera pareja es el polo opuesto del egoísmo.

Lo más sorprendente es que el egoísta cree que su infelicidad es culpa de los demás, que no le dan lo que necesita.

Afortunadamente, en el mundo hay cada día más gente que cree que la felicidad no consiste en atesorar, sino en compartir.

1 comentario:

  1. El amor es dar, no recibir (Negro dixit).

    Se sufre porque se da esperando algo a cambio, en ese papel se acabará exigiendo lo que debe ser recibido con gratitud.

    El amor de verdad pasa inevitablemente por compartir, el amor de verdad es una brisa suave.

    Las cosas cuando son, son livianas, si no, no son.

    Beso fuerte,
    pM

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