lunes, 4 de agosto de 2014

Cuentos de hadas

Titania, Queen of the Fairies
A veces ocurre que uno piensa el arte como una manifestación de lo que se ve, de lo que rodea al artista, de la sociedad en la que participa. Algunas obras, sin embargo, reflejan con claridad meridiana que son un producto, una reelaboración proveniente del interior del artista que ha sido capaz de rebuscar dentro de sí un tema que forma parte de un trasfondo compartido.

Pocas veces puede verse este trasfondo de modo manifiesto, bien porque resulta tan cercano que aún no se lo reconoce como tal, o bien porque resulta ya tan lejano que no es posible ubicarlo en el nivel de profundidad que corresponde al mensaje. En ambos casos es común dirigir la atención al aspecto técnico o estético, o bien se considera empleando los parámetros del momento del espectador.

En esta obra, del ilustrador Arthur Rackham, realizada en 1908 para ilustrar El Sueño de una Noche de Verano, se plasma con mucha fuerza esta imagen interna que el artista proyecta en forma de mensaje. No abundaré en detalles técnicos (en lo que no soy experto) pero sí destaco la impresión de movimiento, la dirección de la mirada de la protagonista, el grupo de personajes que la siguen en relativo desorden: estos elementos sugieren estar en presencia de un espíritu libre, fuerte y decidido, seguido principalmente por su carisma manifestado con sencillez.

La ilustración contraste notablemente con la que ya era habitual en el momento de producción: al término de la época victoriana, las hadas eran invariablemente representadas como seres de pequeño tamaño, provistos de alas y varita mágica, y que dejan un rastro de polvo mágico tras ellas. Esta sigue siendo la representación predominante hoy día, en especial en los países anglosajones.

¿Por qué eligió Rackham esta forma de representar a la Reina de las Hadas? Una breve investigación hace sospechar que el personaje de Titania de la obra de Shakespeare estuvo muy influido por el poema de Edmun Spencer, The Faerie Queen, del que se dice que constituye una alegoría de la reina Elisabeth I. No es descabellado pensar que Rackham hizo un retrato de la idea que él tenia, a finales del XIX, de las cualidades de aquella reina: fuerza, independencia, carisma. Y al mismo tiempo, los elementos empleados para mostrar estas cualidades (el pelo suelto y agitado, el vestido largo y vaporoso, la posición adelantada y ligeramente de espaldas) son propios del momento de producción y no del momento representado. Estos detalles dan la clave de cómo el artista emplea los símbolos a su alcance para componer un mensaje, una imagen, una representación interna que pueda conectar con otros modos de representar.

Cien años después de su producción, la ilustración sigue evocando un paisaje especial, feérico, propio de aquellos cuentos de hadas enraizados en el mito y la leyenda tan ricos en simbología. Un gran regalo para observar, con la perspectiva de cien años de historia, los mitos y las leyendas que siguen operando como difusos deseos inalcanzables en nuestro mundo de hoy.

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