lunes, 21 de diciembre de 2015

Complementación

Resultado interesante el de las elecciones recién celebradas. Interesante porque la ausencia de mayorías claras abrirá, probablemente, un período en el que necesariamente habrá debate y búsqueda de confluencias, seguido probablemente de una legislatura corta.

Interesante también el giro dado por Podemos en la campaña, que ha alcanzado un resultado mucho mejor de lo que se pronosticaba al inicio de la misma. No obstante, muchos votantes de Podemos se lamentan del voto perdido de Izquierda Unida-Unidad Popular, cerca de un millón de votos que solo se han traducido en dos escaños.

Al margen de la injusta ley electoral -particularmente, de la división en circunscripciones provinciales-, quiero señalar en especial ese giro de discurso que, a mi juicio, ha sido el gran ganador.

Podemos nació y creció inicialmente del discurso de los indignados, heredero directo del 15M que trató de recoger la indignación popular y llevarla a la arena política. Alejado del adormecedor discurso políticamente correcto que dominaba la escena, Podemos se llenó de soflamas, de eslóganes impregnados de denuncia y de dedos acusadores. Así llegó a las elecciones europeas de 2014 y cosechó un resultado inesperado que hizo saltar muchos tópicos por los aires.

De indignación en indignación, más y más gente se activó políticamente al calor del discurso de Podemos, cuyas expectativas crecieron a gran velocidad. Pero llegado cierto punto, el discurso de la indignación se agotó, y las expectativas comenzaron a decrecer. La gente empezaba a abandonar a Podemos.

¿Qué fue lo que ocurrió? Ocurrió que la indignación no es algo que pueda sostenerse mucho tiempo, porque exige un gran desgaste energético. La indignación sirvió para sacudir a la gente, sacarla del comfortably noumb y reactivar la política. Pero lo que el 15M realmente propuso no fue la indignación sino el inclusivismo, el consenso entendido como todo el mundo cuenta, la complementación.

Se empezó a ver el desgaste del discurso en las elecciones andaluzas de marzo, en las que Podemos alcanzó un buen resultado pero lejos de las expectativas que se habían formado. Pero quedó mucho más caro en las siguientes elecciones, en las que Podemos se presentó a las autonómicas pero no a las municipales. Es decir, no en solitario, sino en candidaturas de confluencia. En muchos casos, pero especialmente en ciudades grandes, las candidaturas de confluencia recibieron más votos que Podemos en solitario.

Muchos pensaron (yo incluido) que ello demostraba la superioridad de la confluencia frente a un partido solo. Pero no era verdad: Izquierda Unida es en si misma una confluencia y su apoyo nunca ha despegado realmente. La verdadera diferencia es el discurso. Manuela Carmena y Ada Colau parecen haber entendido la importancia de no trazar barreras ni hacer bandos irreconciliables: su discurso se dirige a todo el mundo para que todo el mundo se pueda sentir incluído. Ya no más pureza de sangre.

Pablo Iglesias y su equipo tardaron un tiempo en entender esto; tiempo durante el cual sus expectativas siguieron descendiendo hasta tocar fondo en las elecciones catalanas (coincidiendo con la salida de Monedero de la dirección del partido). Tal vez fuera a raíz del mal resultado, o tal vez a raíz de las conversaciones con Barcelona en Comú para la siguiente cita electoral, el caso es que a partir de ahí el discurso cambió. El tono fue otro, y a medida que la dirigencia de Podemos se fue soltando (la incorporación de Ada Colau al equipo de campaña seguramente tuvo mucho que ver en ello) las expectativas volvieron a crecer. En la recta final incluso se creyó estar rozando la victoria.

Este cambio de discurso es lo que no se ha entendido en Izquierda Unida. IU sigue hablando de lucha de clases como si la gente estuviera encuadrada en bandos irreconciliables, como si las personas quedaran definidas por su nivel adquisitivo, y en función de éste ya quedase mecánicamente determinado a quién deberían dar su voto. Como si, de alguna manera, las personas de clase baja se estuvieran equivocando al votar a alguien que no fueran ellos mismos.

Alguien lo denominó política femenina, una definición sintética que comparto plenamente. ¿Podrá Pablo Iglesias soltar toda la construcción y apoyar a una candidata a la presidencia?

1 comentario:

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